martes, 23 de agosto de 2011

Mañana

Un, dos, tres golpes en la puerta. Ernesto estaba salvado. no distinguía do de sol ni tampoco le interesaba mucho saber qué hora era cuando el Sol empezaba a caer. Le encantaba observar la cara que Camila ponía cuando su mamá lloraba extrañando a su padre y la escena final de La vida es bella y ese guiño de ojos entre el chiste y la muerte.
A Ernesto le gustaba querer. Pero a él nadie lo quería. Él siempre me decía que a las personas que quieren con locura, como él, la muerte se les hace la no reciprocidad. Y viven su muerte como el pobre Ernesto que, sin ir más lejos, la vida se le presentaba como la monotonía de abrir la puerta, cerrarla, salir... y a veces hasta volver por un buzo porque afuera es invierno y está fresco.
Pero a él no le importaba. En realidad decía que no le importaba; y un poco hasta se lo creía él mismo.
Entonces las cuatro, las seis, las siete y él en su sofá amarillo tratando de terminar de leer Instrucciones para llorar de Cortázar, pero no puede porque hace años no llora y su mamá que de chiquito le decía que llorar no era asunto de hombres y él que siente que quiere y no quiere aprender.
Luego de un rato, termina quedándose dormido y tiene un sueño que no logra recordar al despertar. Para Ernesto, coleccionista de sueños, no recordar uno es el inicio de un mal día. Y uno de esos días en los que todos se encuentran tomando el café, mate o té del desayuno y se quejan por no querer despertar y se visten desganados y terminan tareas y repasan lecciones y se vuelven a quejar y prenden el noticiero de la mañana y ni hablar si alguno se quema con el agua del té; él se encontraba preguntándose por qué. Y ese, sin dudas, fue uno de los peores errores de la vida de Ernesto. Entonces ese día, ese día en el que todos seguimos puliendo el tedio de la rutina -tedio que a nadie le gusta y obedecemos igual, como si fuera una característica propia del ser humano, como si fuera una parte de nosotros, pero ese es otro tema y hoy ya no hay tiempo para discutirlo porque sino llego tarde- ese mismo día él se sienta en su sillón, agarra su cabeza con fuerza, abre el quinto cajón de su escritorio y saca un revolver empolvado que deja envuelto en una tela.
Lo agarra, deja caer la tela, traga saliva, lo posiciona en su cien y cierra los ojos. Entonces un, dos, tres golpes en la puerta. Tres golpes en la puerta y Ernesto se salva. Se salva porque quién entra soy yo, quién escribe, y hoy no tengo ánimos para ponerle un fin más creativo a su historia.
Pobre Ernesto, quizás le hubiera gustado que alguien preguntara por él en su ausencia, pero todo es muy poco a veces. Él va a ser feliz así, no tengas dudas. Y yo me voy, que llego tarde y Ernesto se está por matar.

Evelyn Reggina.