viernes, 27 de agosto de 2010

Todo vuelve

La negación de su cabeza, el rechinar de una puerta, los pasos de huída y la flor en el piso. Ella lo había dejado.
A veces no basta con aceptar, comprender o entender. Se necesita un poco de esa magia invisible a los ojos que nos une de por vida a otras personas. Que hace que nos necesiten, que marca el alma cuando sentís un perfume o te da el aire de invierno en la cara.
Son las cuatro de la tarde. Él todavía está en la fase de esperarla. En una o dos semanas, va a pasar a la superación.
Y, luego, por fin, va a decidir olvidarla. Entonces abre su cajón, saca sus cartas, sus fotos y sus recuerdos. Fuego. Todo eso que antes le llenaba los ojos de un brillo particular, hoy no era más que cenizas.
Son las cuatro y cuarenta y seis y él se mira al espejo. La recuerda a ella, en ese mismo espejo: adorando o lamentándose, estudiando o ignorándose.
El teléfono no suena más. No vale CD ni film para aliviar el nudo.
Pero en unos días, quizás meses (depende de la velocidad mental del usuario), va a lograr entender que el mundo siguió girando y que va a poder visitar los mismos lugares, decir las mismas palabras, gritar los mismos insultos y abrir nuevas ventanas que den a otros mares que llenen sus sentidos de paz. Paz de sentirte completo, paz de ser y saberse amado. Paz que va a darle una nueva persona.
Y, cuando todo parezca sanar, cuando por fin comience a juntar tinta para escribir una nueva página en su vida, va a aparecer ella con su sobre todo rojo y su flor en la mano. Esperando con su sonrisa que te arriesgues por ella. Por ella. La misma que en un pasado te dejó volar.
Él comprende que su corazón no la esfumó del todo. Pero si una vez se fue, podría irse dos... y tres, quizás cuatro. Pero la vida es así y el corazón se endurece, se rompe, se ablanda, se vuelve a endurecer... Él creció. Adquirió una felicidad incomparable al lado de otra esencia, otros ojos, otro pelo y otro olor.
Y entonces la negación con la cabeza, el rechinar de una puerta, los pasos de huída y la flor en el piso... Él la había dejado.

Evelyn Reggina.

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