viernes, 3 de septiembre de 2010

Afuera: llueve.

En el asiento de atrás hay una mujer pelirroja, de nariz punteaguda y ojos verdes. Algunas pecas, saco marrón y ojos verdes. En su mano: un libro. "Veronika decide morir" de Paulo Coehlo. ¿Cómo había llegado una mujer de unos cincuentitantos a optar por esta literatura? Y por ahí, en sus ojos, en su pelo y en su rostro se logra ver su historia.
Lo amenazada que se vio en su adolescencia, la falta de respeto constante de sus hijos hacia ella y las arrugas de la compañera de oficina que le recomendó el libro. Lo lee sin atención y parece como si quisiera que el libro la ayudase. Entonces sube rápidamente la mirada hacía mí y no tengo otra opción que desviar la mía hacia la derecha.
Desde esta derecha, veo a una chica de unos quince años. Pelo largo, zapatillas Converse, jean y remera de marca. Sería un adolescente "tipo" que debe estar yendo a la Cultural Inglesa, mientras le manda mensajes de texto a su novio de turno explicándole cuánto lo quiere. Quizás minutos antes había discutido con su madre por cosas "tipo" como no ordenar su habitación. Y ésta, arrepentida por los gritos e insultos de más, la habría llamado pidiéndole perdón.
Y entonces sube otra persona. Un hombre de unos cuarenta años, bien vestido y con pinta de vendedor. En su llavero está el imán de una zapatería así que, si nos fijamos en sus zapatos perfectamente lustrados, podemos deducir que vende zapatos en una zapatería de la calle Jonte.
Él se dedica a mirar a la señora del fondo con el libro en la mano.
Quizás porque de las cinco personas que habían allí, era ella quién se acercaba más a su edad.
En el medio hay un muchacho de unos veintitantos. Sus anteojos y su simpleza al vestirse me dicen que es un estudiante, quizás de computación, o todo lo contrario. Su teléfono suena pero él no lo atiende.
Esto llama la atención a la señora, al hombre y a la chica, que miran esperando que atienda.
Él mira y se ríe, como descubriendo un chiste dentro suyo. Seguramente lo increíble de que casi nadie quiera comunicarse en el colectivo -ni siquiera para decir que atiendas el teléfono-, le causa una particular gracia.
Pero hay alguien sentado detrás suyo. Todavá no puedo definir su edad, pero aparenta unos treinta años. Quizás menos.
Tiene flores en su mano y no deja de llorar. no hace falta ver las lágrimas: con las flores caídas ya sabemos que alguien lo dejó y está haciendo su duelo. Por su expresión parece que éste va a durar meses, quizá un año. No creo que más que eso.
Su sweater celeste, azul en algunos sectores por las lágrimas y su jean limpio, con aspecto de nuevo, muestran que se había preparado para ver a alguien especial. Claramente lo habían dejado.
Y entonces la chica de las Converse lo mira y a él le da verguenza así que se voltea para el lado de la ventana y yo ya no puedo verlo.
¿Y yo? ¿Dónde estoy? En el colegio, con frío, habiendo terminado recién una prueba de inglés y soñando con un colectivo. Afuera: llueve.

Evelyn Reggina.

2 comentarios:

  1. Sos copada, Sos mi vecina, Y me debes una juntada

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  2. Soy Caro, y amé este texto. Yo tambien soy vecina tuya, y me debes una salida a tu casa a tomar la leche.
    Ah, ya me olvidaba. Te amo Memelyna

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