martes, 11 de enero de 2011

Todavía no encontraron título

Eran aproximadamente las nueve de la noche. Hace unos seis meses ellos no podían disfrutar del placer de verse, de tocarse, de sentirse. Corazones rotos. A decir verdad sí, estaban muy rotos. Pero creían no necesitarse, creían no amarse... ¡si hasta creían no atraerse! La historia se repetía una vez más. Ellos siempre se separaban, por alguna extraña razón, y creían no volver a encontrarse jamás. A veces, hasta no se dejaban dormir, molestándose el uno al otro telepáticamente. ¿Hay algo más absurdo que amarse y dejarse ir?
Y María prefería recordarlo cada minuto del día, mientras que él sólo la recordaba cuando una de esas cosas de la mente te hacen recordar a alguien importante.
Es cierto; eran muy diferentes. A él le gustaba callar y ella vivía gritando, ella quería saltar y él sólo quería olvidar...
Cuando él la dejó, ella se sintió morir. Él, en cambio, prefirió aparentar. Siempre aparentar.

Hace seis meses que María no deja de esperarlo. Lo busca, en cada esquina, casi silenciosamente, anhelando que aparezca sencillo... sólo para poder apreciarlo con la mirada. Él no dice nada. En el fondo, a veces la busca, desesperadamente... y quiere gritar, quiere gritar que su corazón no vive feliz sin su sonrisa, pero no puede.
Y ella sigue así, resignándose cada día un poco más, despertándose con nuevas esperanzas, cerrando los ojos y esperando a que él abra la puerta. Pero no sabe... María todavía no sabe que él, aunque muy en el fondo, también la espera. El problema es que él tampoco lo sabe.
Y eran aproximadamente las nueve de la noche... María salía a respirar y él volvía del trabajo a su casa. Entonces en cualquier esquina, de repente, se reconocen. Ella tiembla. Él mira para otro lado. Pero sucede justo ahí; en ese mismo instante: cuando los corazones ceden... y es entonces cuando María se acerca, a un veloz paso, y los dos se miran de cerca (muy de cerca) para reconocerse. Entonces ya no importa el volver a casa, el respirar, ni siquiera importan los seis meses que esperaron doliendo. Él la acaricia. En sus gestos se percibe que extrañaba todo el tacto de su piel. Ella sonríe. Cierra los ojos anunciando la satisfacción, el placer de volver a amar. Y no se sabe cómo, pero algo le dice a él que la tiene que besar. Y lo duda demasiado, hasta que ella abre los ojos. Y entonces... entonces saben que, separados o no, van a vivir enamorados para siempre.


Evelyn Reggina.

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