Cada vez que suena el despertador, Ana desea regresar tres años atrás. No se da cuenta que cada día que pasa, es un día más que se suma a esos tres años de entera soledad. Soledad que a veces la aprieta y otras sólo la sume a una fusión que la recorre: a veces quieta, a veces hambrienta... pero nunca intensamente en paz. Y eso es lo que ella busca, entre lágrimas, encontrar.
Hasta que un día alguien se recuesta en su hombro, esperando verla sonreír. Y la acaricia mientras ella se enciende y estudia cada gesto que sale de su rostro. Entonces comienzan a amarse. Y Ana ya no llora. Ana aprendió a reír. Ana espera que todos los días su suerte cambie con un olor en particular. Ya tiene un Alma a la cual cuidar y sanar. ¿Qué más puede pedir? Ya su cielo tiene color y sus pasos van siendo música porque ya no está sola. Aora puede descubrirse cada vez que alguien le dice lo hermosa que es. Puede quererse, puede apreciarse y puede gustarse. Hoy el mundo le vuelve a dar motivos para reír, para proyectarse, para disfrutar. Hoy su alrededor explota de un amor que hace latir su corazón, mientras alguien le besa la mejilla.
Y entonces suena el despertador. Ella mira a su alrededor. Vacío. Un enorme vacío que, desgraciadamente, sólo en sueños podría llenarse.
Adolfo ya no estaba... y la parte de la cama que le correspondía, seguiría sin arrugas.
Evelyn Reggina.
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